A continuación reproducimos el artículo de Jorge Trías Sagnier publicado el martes 30 de junio en el ABC sobre unas jornadas organizadas por Casa Sefarad-Israel en torno a la memoria de la Shoah.
El programa es de lo más sugerente, por supuesto para las personas interesadas en estas cuestiones, sobre todo en el acercamiento entre judíos y católicos, pues ya dijo Juan Pablo II algo que había comenzado a recordar con justeza Juan XXIII: los judíos son los hermanos mayores en la fe de quienes nos consideramos cristianos. Su fe es nuestra fe, su Libro es nuestro Libro, Jesucristo y sus padres, José y María, eran judíos y el gran apóstol de las gentes, cuya festividad conmemoramos ayer, no dejó nunca de ser Rabino, aunque abandonase la ortodoxia farisea y abrazase la heterodoxia cristiana.
En la ceremonia con la que han finalizado las sesiones de hoy lo han recordado todas las confesiones presentes, especialmente el rabino Garzón y el obispo Martínez-Camino. El primero ha pronunciado una oración, a veces con la voz entrecortada por la emoción, en recuerdo de las víctimas de la Shoah y el secretario general de la Conferencia Episcopal Española repitió las palabras que Benedicto XVI pronunció en Israel hace pocas semanas: «¡Que los nombres de las víctimas no perezcan jamás en nuestra memoria!».
Espeluznantes testimonios
A mí me ha impresionado, especialmente, la conferencia del Padre Patrick Desbois sobre los espeluznantes testimonios, tomados por él mismo, de quienes vieron o vivieron, siendo niños, las operaciones móviles de matanzas por los «Einsatztruppen» en los territorios ocupados del Este. En realidad, con el genocidio judío el régimen nacional-socialista alemán, extendido por toda Europa, pretendía una finalidad metafísica: extirpar los mandamientos de la Ley de Dios para que sólo quedase, en la cúpula de la ley, el poder del Estado. El positivismo llevado a sus últimas y terribles consecuencias.
La visita al Memorial de la Shoah de la mano de su director, Jaques Fredj, la cariñosa acogida del presidente del memorial Eric de Rothschild, el almuerzo en el barrio judío de Le Marais, el imborrable recuerdo para mí de Violeta Friedman, y el paseo junto al Sena, pensando en todo lo que he visto y oído a lo largo y ancho del día han cerrado la primera jornada.